lunes, 1 de septiembre de 2014

Suplemento Señales 06/07/2014: Un libro propio: la voz de las mujeres en la narrativa de Rosario

Obras recientes de Natalia Massei, Carolina Musa, Laura Rossi y Silvia Tombolini dan cuenta de una producción que comienza a hacerse visible y plantea nuevas preguntas sobre la literatura local.


Por Julieta Tonello
 
La discusión es compleja; el tema, resbaladizo. La pregunta por la literatura femenina, en la escala que sea, suele llevar a simplificaciones y estereotipos. ¿Se puede hablar de una escritura de mujeres? Más concretamente, ¿se puede hablar de una escritura, de una narrativa de mujeres de Rosario? ¿Se puede pensar en una nueva generación de autoras en nuestra ciudad? ¿Habría que buscar una gracia particular en la prosa, en la mirada? Lo cierto es que, más allá de las valoraciones que arrastre el tema —y de las proyecciones posibles—, de un tiempo a esta parte las escritoras locales vienen cobrando mayor notoriedad gracias a nuevas editoriales y formas de difusión.
Antecedentes que registren esta escritura pueden rastrearse en Nada que ver, la antología de narradoras rosarinas que en 2012 publicaron las editoriales Recovecos y Caballo Negro: una selección en la que comparten lugar escritoras de trayectoria, otras tantas emergentes y algunas inéditas. Ya desde el título, la compilación señala las diferencias en los registros y en las apuestas estéticas de las catorce autoras que la componen y cuestiona, así, toda categorización.
Más cerca en el tiempo, y también a nivel local, la amplitud de estilos y motivos que se reconocen en los libros editados da cuenta de los límites difusos del concepto. Baltasara Editora y Río Ancho Ediciones acaban de publicar volúmenes de narrativa a manos de autoras de la ciudad, dos de las cuales formaron parte de Nada que ver con sus relatos: En el cuerpo quién sabe, de Carolina Musa; Aunque ella nunca se entere, de Silvia Tombolini y Maraña, de Natalia Massei, aparecieron por Baltasara; Llegaría el silencio, de Laura Rossi, por Río Ancho. Un gesto que, además de funcionar como muestra de la diversidad de las producciones, refleja la visibilidad que la literatura de escritoras rosarinas ha tomado durante los últimos años.
En su primera novela, Tombolini (San Lorenzo, 1957) recrea, con gran condensación emocional, los hitos de una vida a través del filtro que imponen la distancia y la enfermedad. En el buceo introspectivo de su discurso —distanciado mediante el recurso a una tercera persona que alterna con la primera, como alternan también el presente y el pasado—, Aunque ella nunca se entere recorre los estadios de la vejez, el padecimiento físico y la certeza del final. La autora reúne recuerdos de infancia, reconstrucciones de conflictos familiares e historias de amores que narran lo perdido. Un lugar, un objeto, un nombre son algunos de los estímulos que excitan la memoria y hacen revivir, siempre deformadas, situaciones o experiencias pasadas.Recordar, para la protagonista, es la posibilidad de ver lo propio, de verse a sí misma, cuando lo que se mira en realidad es otra cosa: un espejo engañoso en el que no es posible confiar. A su vez, Tombolini cuenta el contexto político del momento y lleva el acento al mundo social, a la recreación de mentalidades y costumbres.
El paisaje salteño, con su clima distintivo, su cosmovisión, es una constante en el libro de cuentos de Carolina Musa (Rosario, 1975), En el cuerpo quién sabe. Leer estos siete relatos es ir al encuentro con lo místico y con lo misterioso, que irrumpe en medio de una atmósfera provinciana; una confluencia de elementos sobrenaturales, conjuras, supersticiones y creencias religiosas que enrarecen las escenas y tienen su efecto en los cuerpos de quienes pueblan y visitan el norte argentino. Musa reconstruye esa topografía en clave fantástica con una prosa que por momento se ralentiza, como si se preparara para dar lugar a la extrañeza: velas que se apagan solas, aparecidos, una misteriosa enfermedad, invocaciones, un muerto que habla.
Maraña es un libro sólido, vertebrado por la búsqueda de los vínculos afectivos esenciales. Los cuentos de Natalia Massei (Rosario, 1979) parten de escenas triviales y captan el resquebrajamiento de una relación de pareja (producto de capas acumuladas de soledad, de incomprensión y silencios), los gestos de una hermana que ocupa el rol materno, el sentir de un padre testigo —lateralmente— de la vida amorosa de su hija. Lo suyo es la construcción de personajes; son ellos el verdadero motor de las historias. Personajes en continuo movimiento, liados tanto en una confusión de mapas y calles como en sus enredos personales, y retratados en una sucesión de chispazos o flashes donde coexisten el amor, el tedio, la humillación, la indiferencia. Una carga de ambigüedad enriquece las escenas: hay en cada cuento un entramado complejo a descubrir detrás de situaciones cotidianas o de ciertos detalles que se tornan reveladores al acercar el foco.
Sin ceder a metáforas evidentes ni a los golpes bajos, Laura Rossi (San Miguel, Buenos Aires, 1980) construye con su novela una alegoría de la dictadura militar y de sus secuelas. Múltiples narradores, alteraciones temporales y un lenguaje a la vez sucinto y poético dan forma a Llegaría el silencio. La historia, que transcurre en Olivares, presenta a esa población de la pampa, invisible en los mapas, como un microcosmos, como metonimia del país, y ofrece de esta manera una versión condensada y completa de la sociedad. Rossi dibuja un ambiente opaco, de opresión, un espacio claustrofóbico con protagonistas a los que una y otra vez se les ordena callar y que llevan "una vida subterránea colmada de desviaciones y de secretos inconfesables que esconden como agujas en un pajar".
Zona compartida
Hay una zona que insiste en los libros, y es el cuerpo. El lugar en el que se expresa una condición de anhelo persistente, una inconformidad. La enfermedad, el dolor físico, el cansancio que se siente en los huesos, son el común denominador de las historias. El cuerpo, también, como la única realidad palpable a través de la cual se accede a los puntos ciegos en el pensamiento de los personajes y a lo incomprensible del espacio en que se mueven.
Se repite, asimismo, una forma de percepción —fina, intimista—, una sensibilidad acentuada. "Las historias están todas contadas, la diferencia reside en los colores, las texturas, la luz y la sombra, los puntos y las comas, la cadencia, el maquillaje", dice Natalia Massei en uno de los cuentos de Maraña. Algo de esos colores y de esas texturas particulares, que son un modo de prestar atención al mundo y de mostrarlo, es lo que se reconoce en las narraciones.
Pensar en estas correspondencias no implica que la escritura misma, en su estructura, responda a una clave femenina. Mucho más fructífero resulta, en cambio, pensar a las obras por fuera de esos límites, como el producto de la dinámica tensional entre el tiempo, el lugar y el enclave social desde los que se escribe. Son esas las fronteras de pertenencia de los textos.
Desentrañar la complejidad del rótulo de escritura de mujeres, arrancarlo de las rigideces y contextualizarlo es una tarea todavía pendiente. Los talleres, los festivales y ciclos de lectura, las ferias, las revistas, plataformas digitales, redes sociales y editoriales que se ocupan de la circulación y la socialización de la literatura de la ciudad, encuentran en esa red de prácticas y núcleos de trabajo menos rasgos comunes entre los textos que afinidades entre las autoras. Los volúmenes editados por Baltasara y Río Ancho permiten visibilizar parte de lo que están produciendo las escritoras de Rosario, repensar las coordenadas que lo demarcan y apostar, a su vez, por algún tipo de continuidad.

http://www.lacapital.com.ar/senales/Un-libro-propio-la-voz-de-las-mujeres-en-la-narrativa-de-Rosario--20140706-0055.html

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