En los bordes entre lo banal y lo extraordinario
Por Armando Velázquez Soto
La obra de Natalia Massei (1979) aparece de manera periódica en el
suplemento cultural Rosario/12, del diario Página/12, y algunos
de sus relatos han sido incluidos en las antologías Nada que ver
(Caballo Negro, 2012) y Rosario: Ficciones para una nueva narrativa (Baltasara
Editora, 2012). La autora, quien dirige un café literario en su ciudad desde
hace varios años, reúne en Maraña once relatos para conformar su primer
libro publicado, narraciones de extensión diversa en las cuales se cuentan
historias que a pesar de ser muy distintas entre sí, tienen un origen común en su
observación de la cotidianidad. En una entrevista reciente, Massei profundiza
un poco en su método de escritura y señala: “podría decir que parto de pequeñas
escenas triviales, pueden ser un flash, una visión fugaz o una situación que me
sugiere una grieta hacia una dimensión más profunda en la que vibran sentidos
intensos, trascendentales”. Más adelante añade que a través de estas escenas se
filtran cosas que no pueden observarse, pero que las sitúan en “los bordes
entre lo banal –que puede pasar desapercibido− y lo extraordinario, el
entramado complejo detrás de cada gesto”. [1]
Desde “Carcoma”, el primer relato del libro, puede observarse el
profundo trabajo con el lenguaje desarrollado a lo largo de todo el volumen, un
trabajo orientado a producir la sensación de transparencia, tan frecuentemente
confundida con la sencillez expresiva. Massei cuenta en este libro situaciones
triviales en un lenguaje diáfano, pero en modo alguno fácil; el dominio de la
escritura genera en el lector esta claridad que oculta lo que ocurre detrás de
las palabras y los hechos cotidianos, en una integración profunda entre la
forma artística y la historia narrada. En “Carcoma” una joven familia vacaciona
en un balneario y aunque las acciones que realizan diariamente se limitan a
comer o nadar, el silencio instalado entre los esposos, el calor sofocante y un
sonido apenas perceptible pero constante, configuran una atmósfera opresiva que
lleva a la madre a una especie de huida parcial: se aleja del balneario
caminando bajo el sol y con su segundo embarazo, ya muy avanzado, a cuestas. El
relato está narrado desde la perspectiva de la madre y alterna diversos tiempos
para dar cuenta de lo sucedido a su llegada al balneario y lo que le ocurre
justo en el momento presente, en una intercalación de temporalidades que en el
resto de los cuentos también se amplía a la integración de varias perspectivas
narrativas. En este relato aparecen por vez primera Luci, Marcos y la madre
(NÁ), tres personajes que forman parte de otros cuentos del libro y a los que
podemos seguir en distintas situaciones y rupturas.
Es quizá en “Tatuada”, uno de los relatos más largos del libro, en el
que Massei construye un lenguaje distinto al de los otros cuentos, mucho más
denso y ciertamente más cercano a lo que se considera poético. Este lenguaje es
diferente porque la historia en sí misma es distinta a las demás, igualmente
cotidiana pero en modo alguno trivial: la experiencia de la muerte a través de
la identificación de un cadáver. Manuel aguarda en una comisaría mientras se
realizan los trámites necesarios para que pueda identificar un cuerpo que lleva
distribuidos once nombres, tatuajes que traducen en caligrafías y calidades
distintas las experiencias amatorias de Brenda, la hija del hombre que espera;
Brenda lleva en su piel el nombre de su padre y el de todos los hombres con los
que ha estado, graduando la importancia de la relación por el lugar que ocupa
la marca en su cuerpo. Mientras espera, Manuel reconstruye la aparición de los
tatuajes, la vida de su hija, y paulatinamente cede la voz a un narrador más
amplio, uno que ingresa y sale de espacios y tiempos vedados al hombre que bebe
un café asqueroso para tragar el lapso de la duda. Al final del relato, en su
última sección, la voz regresa a Manuel y se produce un efecto de ruptura que
es, al mismo tiempo, el de la identificación profunda: el narrador que todo lo
sabe calla para que el hombre que espera hable, porque la duda, el dolor y el
miedo sólo pueden enunciarse en primera persona: “Lo peor es la duda. Ese
momento en el que uno aún conserva la esperanza pero sobreviene el terror de la
incertidumbre. […] El intervalo en el que se juega todo. Lo que viene después
es ya irremediable y el curso de la vida arremete. La cuestión es el antes. La
brutalidad del dolor cuando insiste el anhelo” (p. 61).
En el cuento que da título al libro cambian las geografías de lo
cotidiano para instalarse en la precaria situación de dos parejas de
inmigrantes indocumentados que viven en Madrid; la narradora y Marcos son
argentinos, ella trabaja en un bar propiedad de dos compatriotas suyos y ahí es
donde conoce a Moisés y Bety, aunque nunca llega a saber si ella se llama
Beatriz, Betina o Betiana. Pese a no ser amigos, ambas parejas comparten las
precariedades y zozobras de su situación ilegal, trabajan sin descanso y
ahorran para regresar a su país, en el caso de los argentinos, o para traer a
su pequeña hija de Ecuador, el sueño de Moisés y Bety. La geografía es un
elemento fundamental en “Maraña”, la narradora y Marcos recorren la ciudad en
el metro y los autobuses nocturnos, observando a todos los indocumentados que
viven en los márgenes; la relación con la ciudad es distinta para Moisés y Bety
porque ella simplemente no puede comprender cómo funciona el metro, qué
dirección tomar en la calles y menos la ruta de los autobuses. Bety no puede
salir a la calle sin Moisés, lo acompaña al trabajo y espera hasta que termine
su turno, ensayando en sus largos periodos de espera recorridos posibles que
traza en un mapa de bolsillo y que luego le cuenta a su hija mientras hablan
por teléfono; pese a sus esfuerzos, Bety fracasa en su relación con el espacio
que pareciera expulsarla para reafirmar su no pertenencia y extranjería.
Las historias que conforman Maraña de Natalia Massei no sólo
hablan del día a día de sujetos convencionales, en un registro ciertamente
cercano a Carver, también generan una temporalidad del presente. Menciona
Josefina Ludmer que “el tiempo cotidiano es un tiempo roto, hecho de
interrupciones y fracturas, que se repite cada vez como lo mismo y lo diferente”.
En esta temporalidad fragmentaria y repetitiva es donde Natalia Massei
encuentra e inscribe sus relatos, historias que parten de la repetición para
estallar en la singularidad de un hecho capaz de interrumpir con sus ondas el
flujo voraz de lo cotidiano, un flujo que termina asimilándolo todo.
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[1]
Entrevista
concedida al sitio Ceroveinticinco, disponible en:
http://www.ceroveinticinco.gob.ar/page/especiales/id/28/title/Entrevistas-en-ceroveinticinco.-Hoy%3A-Natalia-Massei
http://seminariodenarrativalatinoamericana.blogspot.mx/2014/09/en-los-bordes-entre-lo-banal-y-lo.html?view=magazine
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