jueves, 18 de diciembre de 2014

Originales incompletos [fragmentos/7]



Por la rendija de la puerta entreabierta, se perciben sombras imprecisas. Afuera la luz es más intensa y ejerce un efecto de ocultamiento sobre lo que sucede en el interior de la habitación apenas iluminada. El campo visual del observador se reduce a una línea vertical estrecha. Ella y él aparecen de manera intermitente y parcial: sombras sin fondo.

Ella se zambulle en el bolso, mete un sweater, un manojo de bombachas. Él le desvía el brazo con violencia. Varias prendas caen al piso.
–¿Qué hacés? ¿Adónde vas?
–Hablá más bajo. Lucas duerme.
Pide perdón, pero ella no escucha, recoge la ropa y la guarda. Él se acerca y la abraza, la rodea, apoya la cabeza sobre su hombro. Siente su perfume. Usa el mismo desde que la conoce. Siempre le gustó la combinación entre su piel y esa fragancia. Lo sensibiliza, lo retrotrae a momentos de alegría. La olfatea como un animal, por puro instinto. Pide perdón otra vez. Ella sigue metiendo cosas en el bolso. Él la empuja sobre la cama. Pretende besarla en la boca, pero ella lo esquiva. Le besa el cuello. Le acaricia las caderas. Ella no cede. Lo aleja con fuerza. Se tira al suelo para zafarse y se incorpora en un solo movimiento.
–Dejame.
–Hablemos, por favor.
–¿Ahora querés hablar?
Cierra el bolso y se dirige a la puerta. Él la frena y se lo arranca de las manos.
–¿Dónde carajo vas a ir con este bolso de mierda?

Un brazo, un perfil, medio cuerpo, una mano que aprieta un antebrazo. Los objetos son más difíciles de identificar, manchas borrosas. Algo que ha sido lanzado por el aire atraviesa el espacio visible. Un instante, un destello. Las voces son también discontinuas: gritos y susurros se alternan.

Ella retrocede y toma el velador encendido. El mango de hierro le quema un poco la palma de la mano, lo aprieta más fuerte. Él se acerca. Ella lanza un golpe al aire, previniéndole que no siga. Él avanza. Un haz de luz dibuja una trayectoria efímera entre los dos cuerpos. De repente la habitación queda completamente a oscuras. Se oye un golpe contundente y luego otro: un cuerpo se desploma sobre el piso. Silencio y tropiezos. Él sale de la habitación y cierra la puerta.
–Lucas… ¿qué hacés acá? Andá, cambiate que te preparo la leche.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Entrevista para "Horas robadas a la noche"

1-¿Dónde escribís? 
En cualquier lugar. En mi casa tengo un pequeño estudio donde realizo mayormente el establecimiento de los textos, las correcciones, el trabajo fino pero, en realidad, cuando estoy conectada con un escrito puedo trabajar en cualquier parte.
2- ¿Trabajás en computadora o a mano?
Tomo notas a mano, o incluso con un grabador de voz, si surge alguna idea y no puedo escribirla en el momento. Pero la escritura, propiamente, el trabajo del texto lo hago en computadora. Me llevo muy bien con la lógica del cortar y pegar. Escribo de a retazos y la pantalla me permite ver el texto como un rompecabezas que voy acomodando a medida que aparecen la piezas.
3- ¿Escribís todos los días? ¿Tenés un horario fijo?
No. He intentado imponerme una rutina de escritura pero hasta ahora no me funcionó. Escribo todo lo que puedo cuando aparece la pulsión de escribir. Soy más sistemática a la hora de corregir.  
4-¿Cuánto tiempo le dedicás?
Me es dificil de responder. El tiempo varía mucho en función de otros avatares, de tener o no alguna idea potente que me mueva a escribir, de la vorágine cotidiana. Sin embargo, el proceso de la escritura es algo que me acompaña de manera permanente: una manera de ver, de andar observando, escuchando, tomando notas; un modo de pensar, registrar ideas, momentos; entrenar una sensibilidad. Más allá de eso, cuánto tiempo me tome la acción concreta de sentarme a escribir es relativo.
5- ¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de sentarse a escribir?
No. Me encantan los espacios calmos, acogedores, luminosos; los cuadernos, las biromes, los lápices, los papeles hermosos. Sin embargo, acumulo todas esas cosas como reliquias y escribo en cualquier condición.
6- ¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué recorrido emprende ese texto?
Cuando siento que cierra; cuando creo que no puedo ofrecerle nada más; cuando me canso de leerlo. En general, el proceso no es igual para todos los textos. Pienso que siempre hay algo más que podría corregirse, un texto nunca está acabado de modo definitivo porque cada lectura es una relectura y hay otro punto de vista que interviene. En ese sentido, el proceso podría repetirse infinitamente. El cierre de un texto es una decisión donde intervienen cuestiones racionales, técnicas, de oficio y, por otro lado, emocionales, subjetivas.
El camino que siga el texto también es relativo: depende del texto mismo y sus circunstancias. A veces lo someto a la lectura de alguien cercano antes de la última corrección; otras lo publico directamente en el diario o en mi blog. Algunos textos forman parte de un proyecto más amplio y los voy guardando para que decanten.
7- ¿Qué relación tenés con tu biblioteca?
Mi biblioteca va creciendo conmigo. Los libros tuvieron (y tienen) un rol constituyente en mi vida, desde muy chica me han abierto horizontes reales e imaginados. Ampliaron mi mundo. Cada libro leído me remite a un momento, un lugar, personas, experiencias, aprendizajes.  
8- ¿Qué libro te gustaría leer?
¡Muchos! Si tengo que mencionar uno sin pensarlo mucho, diría el Ulises de Joyce. Dicen los que saben que es una referencia ineludible.
9- ¿Qué cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?
Vivir afuera, Rodolfo Fogwill
Catedral, Raymond Carver
El extranjero, Albert Camus
El amante, Marguerite Duras
Poesía completa, Alejandra Pizarnik
Y uno de yapa: Los diarios de Katherine Mansfield
10- ¿Cuáles son los autores/libros que te parecen más sobrevalorados y cuáles los menos valorados?
Depende de los circuitos, como en todo, hay modas, ámbitos de lectura y producción literaria y también está la academia que tiende a dejar por fuera todo lo que no esté, por decirlo de algún modo, canonizado. Concretamente, respondo a esta pregunta desde lo local: en Rosario, si bien estamos viviendo un momento de efervescencia y enorme fecundidad de la producción local, persiste cierta tendencia a sobrevalorar lo que viene de Buenos Aires, como centro y en contraposición, poner en segundo plano lo local. Todo lo que no salta a la escena nacional, es considerado como literatura “de entre casa”.
11- ¿Qué relación tenés con la inspiración?
¡Está sobrevalorada! Para mí tiene que ver con captar algo y no dejarlo pasar, algo que te conmueve, te hace pensar, te inquieta, te angustia... después es todo cuestión de trabajo, oficio, voluntad.
12- ¿Cuándo una persona se convierte en un buen lector?
En principio, se me ocurre que hay dos maneras de leer: por un lado, el lector “entendido” que tiene ciertos conocimientos sobre la construcción literaria y lee entonces en dos niveles: por una lado, la trama, la historia; por otro, la forma, los recursos, los guiños, el arte detrás texto, las relaciones con otros textos. Creo que este tipo de lector tiene la posibilidad de valorar la obra en un plano analítico, poniéndola en perspectiva con otras obras.
Por otra parte, podríamos pensar en un “lector puro”, el que lee la historia, el cuento que se está contando, disfruta o se fastidia, se emociona, se acongoja. Este lector aprecia el texto por el efecto que le produce.
No sé si hay “buenos” o “malos” lectores, hay diferentes maneras de leer y en última instancia, lectores y no lectores. 


Julieta Tonello - Nicolás Doffo
http://bloghorasrobadas.blogspot.com.ar/search/label/Natalia%20Massei

viernes, 7 de noviembre de 2014

Hundido [fragmentos/6]



Eugenia emerge en mi monitor:
euge90 dice:
pá me comprás un blackberry?
díazmarcelo dice:
qué?!
euge90 dice:
un tel
díazmarcelo dice:
sí ya sé
euge90 dice:
sí?
díazmarcelo dice:
no
euge90 dice:
dijiste sí!
díazmarcelo dice:
sí sé qué es dije
euge90 dice:
q hacés?
díazmarcelo dice:
trabajo. vos no tenés que estudiar??
euge90 dice:
vos no tenés q trabajar?? ;)
díazmarcelo dice:
para comprarte un blacberri
euge90 dice:
:D

            Sobre el escritorio tengo un dibujo suyo en un portarretratos. Lo hizo cuando tenía cinco años. Habíamos ido a la plaza. Se cruzó delante de una hamaca y se abrió la frente. Cinco puntos. Al día siguiente, trazó sobre una hoja de papel una cara bien redonda, con cachetes colorados y pestañas largas. En la frente, una raya roja atravesada por cinco rayitas más pequeñas. Encima de la herida dibujó una curita y la pintó de rosa con flores violetas. Del corte rojo y las suturas no quedó ninguna marca en el dibujo terminado. En la piel todavía tiene una línea rosada que sólo es visible si uno mira buscando.

          Me froto los ojos que comienzan a arder. Miro hacia el techo para ganar perspectiva y distender la vista. Mi cubículo forma parte de un módulo con múltiples posibilidades de tamaño, forma y composición. Separadores de plástico encastrados unos a otros como bloques infantiles forman el box. La pared frente a mi escritorio es interrumpida abruptamente por un tabique perpendicular que delimita el espacio de los estantes para documentos de circulación diaria. Un tabique sin terminación en su borde exterior: quedan al descubierto los huecos destinados al posible encastre con otra pieza. Agujeros negros donde no cala la luz de los tubos fluorescentes. Un punto de fuga en el que se me pierde la mirada de a ratos. Un refugio de infinita oscuridad.

jueves, 16 de octubre de 2014

Una reseña de Daniel Gigena para Revista Aglaura

“Las historias están todas contadas, la diferencia reside en los colores, las texturas, la luz y la sombra, los puntos y las comas, la cadencia, el maquillaje.” En Maraña, el cuento que da nombre al primer libro de Natalia Massei (Rosario, 1979), y donde hay una sección titulada así, no sólo en referencia a la forma intrincada de las relaciones personales sino también a la red madrileña del subte, la voz narrativa (a la que el lector puede identificar con la voz de la autora, en parte gracias a otros tres relatos donde reaparecen personajes familiares) explicita parte de la estrategia textual que asume. Trabajar el discurso más que las historias, sin que estas pierdan peso, especificidad, contorno propio.

Esas historias, capturadas del flujo de la vida cotidiana, presentan a personajes comunes en situaciones poco ordinarias. En “Variaciones mínimas” –otro título-emblema del volumen, que describe el procedimiento verbal elegido–  un ama de casa se lleva una fortuna de un supermercado y, según las leyes del consumo ilimitado, renueva su mobiliario; en “Una mamá linda y buena”, dos hermanos que cobran una asignación estatal padecen la furia de quienes (todavía) no la necesitan; en “Hundido”, un empleado bancario se distrae de “la textura áspera del tiempo” con ensoñaciones románticas poco probables. Massei, como Albert, el haitiano que aparece en el hermoso cuento “Caja negra”, amplía la perspectiva que se puede alcanzar, en una mirada rápida, sobre esos materiales narrativos. Situados en un presente que condensa algunas variables temáticas como la alienación, el desprecio a los débiles, las redes de los débiles para soportar ese desprecio, las formas curiosas que la dignidad y el amor adoptan, varios cuentos de Maraña trabajan con las reminiscencias como si fueran partes de un plano con el que orientarse en territorio desconocido, en el que se habla y se escribe en otra lengua (para muchos protagonistas de estos relatos, la lengua de los otros es una de las materias más duras). En ese territorio, que a veces tiene la forma de una ciudad extranjera o de un pueblo de costumbres puritanas donde dos amantes deben citarse a la hora de la siesta, se ensayan otras maneras de querer, tanto en el sentido de anhelar como en el de amar (como la madre y esposa de “El ruido de la carcoma”, casi un cuento de terror).

“Uno percibe cuando algo cambia. Algo se rompe. Hay cosas que no tienen muchos modos de ser dichas. Para mí suena cursi decir algo se rompe, así hablan en las novelas de la televisión, en las comedias de amor. Es así el amor, digo yo. Algo por dentro.” De adentro hacia fuera, con una especie de distancia vulnerable respecto de las palabras y de los hechos que se cuentan, los narradores (muchos son, en verdad, narradoras) de los cuentos de Natalia Massei fuerzan el lenguaje para describir el momento imperceptible en que algo cambia, se rompe o, simplemente, sigue.

http://www.revistaaglaura.com/#!resea16-de-marana/clak

domingo, 28 de septiembre de 2014

Maraña [fragmentos #5]


Viajar en búho

Moisés y Bety se iban un rato antes del cierre. Yo me quedaba hasta el final con el rubio o el morocho. Cada noche Marcos venía a buscarme. Llegaba temprano y se sentaba en un rincón entre la barra y la pared. Aparecía con bufanda, guantes, gorro de lana, todo lo que pudiera ponerse encima. Quedaban al descubierto sólo los ojos y la nariz. No estábamos acostumbrados al frío seco de Madrid. Se nos metía como agujas a través de la piel. Yo le servía empanadas, pinchos calientes y, de postre, arrollado de dulce de leche y café. A veces, en lugar de café le cargaba el pocillo de Baileys. No nos permitían consumir los licores, pero el color era igual al de un cortado, nadie podía notarlo salvo oliéndolo. Le pasaba la comida espaciadamente cuando el dueño de turno estaba en otra cosa. Ellos se daban cuenta y miraban fijo, haciéndose ver, de manera que nos diera pudor y parásemos. Pero a nosotros pudor no nos daba. Nos cuidábamos en los detalles pero sin demasiada intriga. Marcos apoyaba su taza y un libro sobre la barra y leía hasta que mi turno terminase.  
Los domingos antes de volver a casa, pasábamos por el Seven Eleven ubicado frente a la boca del metro y nos metíamos chocolates o helados Häagen-Dazs en los abrigos. También mirábamos los libros y a veces encontrábamos tesoros, entre las góndolas del drugstore, que nos escondíamos entre la ropa. Teníamos que hacer rápido, para no ser descubiertos y para alcanzar el último metro.
Los sábados yo trabajaba hasta las cuatro o cinco de la mañana. Esperábamos en la misma esquina un bus que nos llevaba hasta Cibeles, donde confluían todos los búhos: los autobuses nocturnos de Madrid. Allí conectábamos con otro que nos acercaba a casa. Si perdíamos la conexión subíamos a pie por Gran Vía para no quedarnos quietos en el frío. Luego tomábamos alguna calle desierta del centro hasta a Sol y desde allí por Carretas hasta la Magdalena. Nos parecía que todas las calles tenían nombres pintorescos. Seguíamos contemplando la ciudad con ojos de extranjero. La caminata podía durar media hora, quizás un poco menos. A esas horas la Gran Vía era otra. En las fachadas de las grandes tiendas, en los recovecos de las entradas a los locales de moda o a los cines estaban las chicas orientales, rígidas como estatuillas. Adolescentes disfrazadas de putas. Entre ellas, separadas por una distancia de entre quince y treinta metros, había puestos de sopa montados sobre cajas de cartón. Los puesteros eran hombres y mujeres mayores de nacionalidad china. A la vista se armaban como segmentos familiares: una pareja entrada en años y a unos pasos una niña que podía ser perfectamente la hija del matrimonio. La sopa de arroz la conservaban en termos y en ollas de metal y la servían en envases vacíos de manteca, crema de leche, bebidas, yogures, cualquier cosa que aguantara la temperatura. 
       
Alquilábamos un departamento en Lavapiés, un barrio de viejos y de inmigrantes. Era un piso de tamaño medio dividido en dos partes: al frente, la peluquería de la propietaria y detrás, una habitación amplia, una cocina minúscula, una pequeña sala de estar y un baño. Del balcón de nuestra habitación colgaba un cartel al que le faltaban algunas letras: Paloma. Peluquería de señoras. Durante la semana compartíamos el espacio con ella. Mientras el salón de peinados estaba abierto nos movíamos en la habitación. Pasábamos a la cocina y al baño lo mínimo indispensable. Después de las siete de la tarde y de domingos a lunes, también podíamos usar la sala de estar. Allí había un televisor viejo colocado en un gran modular lleno de vírgenes, estampitas, fotos de Paloma con dos muchachos y fotos de uno de los muchachos rodeadas de velas y rosarios. Además había dos sillones de caña y una mesa ratona con revistas de chismes que yo leía los domingos. Con Paloma nos cruzábamos poco. Prácticamente no la conocíamos aunque habitábamos en la trastienda de su vida.

En una ocasión visitamos su casa. En realidad, no fue una visita sino una pasada a raíz de un contratiempo. Un viernes, al cerrar la peluquería, había trabado la puerta principal con un cerrojo del cual no teníamos llave. Tuvimos que llamarla desde una cabina. Se disculpó por la distracción y nos pidió que pasásemos a buscar la llave que nos faltaba. La casa de Paloma no tenía nada que ver con su peluquería de Lavapiés. Era un departamento moderno, estilo ochentoso, con varias paredes espejadas, adornos puntudos y brillosos, muebles rectilíneos tapizados con paños chillones y, por todas partes, más fotos de ella y los muchachos. Había otro santuario, ubicado en una mesa redonda. Un gran portarretratos con la foto del joven, rodeado de santos, flores y una vela encendida. A Paloma se la notaba nerviosa, no incómoda, sino excitada, exultante. Daba la impresión de que no acostumbraba recibir gente allí. No pudimos disimular la mirada sobre la mesita. Ella se dio cuenta y nos contó que se trataba de su hijo mayor que había muerto en un accidente de moto. Nos dijo que rezaba por su alma cada día y que él estaba siempre con ella. Del otro chico que aparecía en las fotos no habló.
Después volvimos a la dinámica habitual: la veíamos poco y casi no conversábamos. Seguimos viviendo como antes, entre las imágenes del hijo muerto y las velas consumidas que quedaban al final de cada jornada.

Un día antes de dejar Madrid, mientras hacíamos las valijas para volver a Argentina, le contó a Marcos sobre el otro hijo. No se hablaban desde hacía varios años. Paloma lloraba y pedía consejos. Estábamos los tres de pie en el metro y medio de la cocina. Pero ella le hablaba a él, llorando y mirándolo a los ojos. Yo me quedé en silencio. No quise irrumpir en esa intimidad. Mientras la escuchaba pensaba que las distancias no se hacen de espacio sino de tiempo. Pensé en nosotros siendo felices en la pieza detrás del cartel mientras ella peinaba a las señoras y no se le escapaba una pizca de dolor. En ese momento no me daba cuenta, pero ahora creo que fue lo más parecido que me pasó a vivir en una película de Almodóvar. No por la historia, sino por los tonos. Las historias están todas contadas, la diferencia reside en los colores, las texturas, la luz y la sombra, los puntos y las comas, la cadencia, el maquillaje.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Desde México, reseña del Seminario de Estudios sobre Narrativa Latinoamericana Contemporánea (Unam)

 

En los bordes entre lo banal y lo extraordinario


Natalia Massei. Maraña. Rosario: Baltasara Editora, 2014, 180 p.



 Por Armando Velázquez Soto



La obra de Natalia Massei (1979) aparece de manera periódica en el suplemento cultural Rosario/12, del diario Página/12, y algunos de sus relatos han sido incluidos en las antologías Nada que ver (Caballo Negro, 2012) y Rosario: Ficciones para una nueva narrativa (Baltasara Editora, 2012). La autora, quien dirige un café literario en su ciudad desde hace varios años, reúne en Maraña once relatos para conformar su primer libro publicado, narraciones de extensión diversa en las cuales se cuentan historias que a pesar de ser muy distintas entre sí, tienen un origen común en su observación de la cotidianidad. En una entrevista reciente, Massei profundiza un poco en su método de escritura y señala: “podría decir que parto de pequeñas escenas triviales, pueden ser un flash, una visión fugaz o una situación que me sugiere una grieta hacia una dimensión más profunda en la que vibran sentidos intensos, trascendentales”. Más adelante añade que a través de estas escenas se filtran cosas que no pueden observarse, pero que las sitúan en “los bordes entre lo banal –que puede pasar desapercibido− y lo extraordinario, el entramado complejo detrás de cada gesto”. [1]
 

Desde “Carcoma”, el primer relato del libro, puede observarse el profundo trabajo con el lenguaje desarrollado a lo largo de todo el volumen, un trabajo orientado a producir la sensación de transparencia, tan frecuentemente confundida con la sencillez expresiva. Massei cuenta en este libro situaciones triviales en un lenguaje diáfano, pero en modo alguno fácil; el dominio de la escritura genera en el lector esta claridad que oculta lo que ocurre detrás de las palabras y los hechos cotidianos, en una integración profunda entre la forma artística y la historia narrada. En “Carcoma” una joven familia vacaciona en un balneario y aunque las acciones que realizan diariamente se limitan a comer o nadar, el silencio instalado entre los esposos, el calor sofocante y un sonido apenas perceptible pero constante, configuran una atmósfera opresiva que lleva a la madre a una especie de huida parcial: se aleja del balneario caminando bajo el sol y con su segundo embarazo, ya muy avanzado, a cuestas. El relato está narrado desde la perspectiva de la madre y alterna diversos tiempos para dar cuenta de lo sucedido a su llegada al balneario y lo que le ocurre justo en el momento presente, en una intercalación de temporalidades que en el resto de los cuentos también se amplía a la integración de varias perspectivas narrativas. En este relato aparecen por vez primera Luci, Marcos y la madre (NÁ), tres personajes que forman parte de otros cuentos del libro y a los que podemos seguir en distintas situaciones y rupturas.


Es quizá en “Tatuada”, uno de los relatos más largos del libro, en el que Massei construye un lenguaje distinto al de los otros cuentos, mucho más denso y ciertamente más cercano a lo que se considera poético. Este lenguaje es diferente porque la historia en sí misma es distinta a las demás, igualmente cotidiana pero en modo alguno trivial: la experiencia de la muerte a través de la identificación de un cadáver. Manuel aguarda en una comisaría mientras se realizan los trámites necesarios para que pueda identificar un cuerpo que lleva distribuidos once nombres, tatuajes que traducen en caligrafías y calidades distintas las experiencias amatorias de Brenda, la hija del hombre que espera; Brenda lleva en su piel el nombre de su padre y el de todos los hombres con los que ha estado, graduando la importancia de la relación por el lugar que ocupa la marca en su cuerpo. Mientras espera, Manuel reconstruye la aparición de los tatuajes, la vida de su hija, y paulatinamente cede la voz a un narrador más amplio, uno que ingresa y sale de espacios y tiempos vedados al hombre que bebe un café asqueroso para tragar el lapso de la duda. Al final del relato, en su última sección, la voz regresa a Manuel y se produce un efecto de ruptura que es, al mismo tiempo, el de la identificación profunda: el narrador que todo lo sabe calla para que el hombre que espera hable, porque la duda, el dolor y el miedo sólo pueden enunciarse en primera persona: “Lo peor es la duda. Ese momento en el que uno aún conserva la esperanza pero sobreviene el terror de la incertidumbre. […] El intervalo en el que se juega todo. Lo que viene después es ya irremediable y el curso de la vida arremete. La cuestión es el antes. La brutalidad del dolor cuando insiste el anhelo” (p. 61).


En el cuento que da título al libro cambian las geografías de lo cotidiano para instalarse en la precaria situación de dos parejas de inmigrantes indocumentados que viven en Madrid; la narradora y Marcos son argentinos, ella trabaja en un bar propiedad de dos compatriotas suyos y ahí es donde conoce a Moisés y Bety, aunque nunca llega a saber si ella se llama Beatriz, Betina o Betiana. Pese a no ser amigos, ambas parejas comparten las precariedades y zozobras de su situación ilegal, trabajan sin descanso y ahorran para regresar a su país, en el caso de los argentinos, o para traer a su pequeña hija de Ecuador, el sueño de Moisés y Bety. La geografía es un elemento fundamental en “Maraña”, la narradora y Marcos recorren la ciudad en el metro y los autobuses nocturnos, observando a todos los indocumentados que viven en los márgenes; la relación con la ciudad es distinta para Moisés y Bety porque ella simplemente no puede comprender cómo funciona el metro, qué dirección tomar en la calles y menos la ruta de los autobuses. Bety no puede salir a la calle sin Moisés, lo acompaña al trabajo y espera hasta que termine su turno, ensayando en sus largos periodos de espera recorridos posibles que traza en un mapa de bolsillo y que luego le cuenta a su hija mientras hablan por teléfono; pese a sus esfuerzos, Bety fracasa en su relación con el espacio que pareciera expulsarla para reafirmar su no pertenencia y extranjería.


Las historias que conforman Maraña de Natalia Massei no sólo hablan del día a día de sujetos convencionales, en un registro ciertamente cercano a Carver, también generan una temporalidad del presente. Menciona Josefina Ludmer que “el tiempo cotidiano es un tiempo roto, hecho de interrupciones y fracturas, que se repite cada vez como lo mismo y lo diferente”. En esta temporalidad fragmentaria y repetitiva es donde Natalia Massei encuentra e inscribe sus relatos, historias que parten de la repetición para estallar en la singularidad de un hecho capaz de interrumpir con sus ondas el flujo voraz de lo cotidiano, un flujo que termina asimilándolo todo.



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[1] Entrevista concedida al sitio Ceroveinticinco, disponible en:

http://www.ceroveinticinco.gob.ar/page/especiales/id/28/title/Entrevistas-en-ceroveinticinco.-Hoy%3A-Natalia-Massei


 
http://seminariodenarrativalatinoamericana.blogspot.mx/2014/09/en-los-bordes-entre-lo-banal-y-lo.html?view=magazine

lunes, 1 de septiembre de 2014

Baltasara Editora en ADN Cultura: Narrativas y archivos, de Rosario al país

Por Daniel Gigena

Baltasara Editora es un sello independiente que, a partir de 2009, ha retomado la tradición del librero y editor español Laudelino Ruiz, radicado en Rosario entre 1930 y 1972. Reunidas en seis colecciones -Narrativa, Patrimonio, Poesía, Testimonio, Teatro y Ensayo-, sus cuidadas publicaciones promueven y difunden la obra de escritores locales, nacionales e internacionales, además de rescatar la memoria de hechos acontecidos en Rosario y en el mundo gracias a los materiales del Archivo Laudelino Ruiz y de otros organismos provinciales.
La editorial lleva el nombre de una inmigrante española que vino al país con su hija y sus nietos. Su bisnieta, Liliana Ruiz, es la responsable de esta casa en cuyo catálogo figuran, entre otros, el hermoso libro de poesía de Beatriz Vignoli (Lo gris en el canto de las hojas), Memoria en la fragua, de Gilda Bona, Teatro I, de Patricia Suárez y volúmenes de cuentos de Carolina Musa, Alejandro Pereyra y Natalia Massei. ¿Cómo encaran el trabajo de selección? "Comienza con búsquedas de nuevas narrativas a partir de encuentros en congresos, festivales y lecturas que se desarrollan en Rosario, y con el rescate y puesta en valor de libros editados por Laudelino Ruiz."
Para lo que resta de 2014 en Baltasara trabajan en la edición de Wachi-book, novela de Algún Molina (seudónimo de Cristian Molina), Sanguíneo, de Verónica Laurino y Fernando Marquínez, y Poesía, de Santiago Alassia, además de Crítica literaria y otros textos del escritor, periodista y dramaturgo Fausto Hernández, en la Colección Testimonio. A inicios de 2015 aparecerán el segundo tomo del Teatro, de Patricia Suárez, e Inmemorial, del poeta Diego Colomba.
Los libros de Baltasara ya se distribuyen en varias librerías de Buenos Aires: Clásica y Moderna, De Ávila, Eterna Cadencia, Galerna San Telmo, Norte y Librería Mi Casa. C

http://www.lanacion.com.ar/1722815-narrativas-y-archivos-de-rosario-al-pais

Suplemento Señales 06/07/2014: Un libro propio: la voz de las mujeres en la narrativa de Rosario

Obras recientes de Natalia Massei, Carolina Musa, Laura Rossi y Silvia Tombolini dan cuenta de una producción que comienza a hacerse visible y plantea nuevas preguntas sobre la literatura local.


Por Julieta Tonello
 
La discusión es compleja; el tema, resbaladizo. La pregunta por la literatura femenina, en la escala que sea, suele llevar a simplificaciones y estereotipos. ¿Se puede hablar de una escritura de mujeres? Más concretamente, ¿se puede hablar de una escritura, de una narrativa de mujeres de Rosario? ¿Se puede pensar en una nueva generación de autoras en nuestra ciudad? ¿Habría que buscar una gracia particular en la prosa, en la mirada? Lo cierto es que, más allá de las valoraciones que arrastre el tema —y de las proyecciones posibles—, de un tiempo a esta parte las escritoras locales vienen cobrando mayor notoriedad gracias a nuevas editoriales y formas de difusión.
Antecedentes que registren esta escritura pueden rastrearse en Nada que ver, la antología de narradoras rosarinas que en 2012 publicaron las editoriales Recovecos y Caballo Negro: una selección en la que comparten lugar escritoras de trayectoria, otras tantas emergentes y algunas inéditas. Ya desde el título, la compilación señala las diferencias en los registros y en las apuestas estéticas de las catorce autoras que la componen y cuestiona, así, toda categorización.
Más cerca en el tiempo, y también a nivel local, la amplitud de estilos y motivos que se reconocen en los libros editados da cuenta de los límites difusos del concepto. Baltasara Editora y Río Ancho Ediciones acaban de publicar volúmenes de narrativa a manos de autoras de la ciudad, dos de las cuales formaron parte de Nada que ver con sus relatos: En el cuerpo quién sabe, de Carolina Musa; Aunque ella nunca se entere, de Silvia Tombolini y Maraña, de Natalia Massei, aparecieron por Baltasara; Llegaría el silencio, de Laura Rossi, por Río Ancho. Un gesto que, además de funcionar como muestra de la diversidad de las producciones, refleja la visibilidad que la literatura de escritoras rosarinas ha tomado durante los últimos años.
En su primera novela, Tombolini (San Lorenzo, 1957) recrea, con gran condensación emocional, los hitos de una vida a través del filtro que imponen la distancia y la enfermedad. En el buceo introspectivo de su discurso —distanciado mediante el recurso a una tercera persona que alterna con la primera, como alternan también el presente y el pasado—, Aunque ella nunca se entere recorre los estadios de la vejez, el padecimiento físico y la certeza del final. La autora reúne recuerdos de infancia, reconstrucciones de conflictos familiares e historias de amores que narran lo perdido. Un lugar, un objeto, un nombre son algunos de los estímulos que excitan la memoria y hacen revivir, siempre deformadas, situaciones o experiencias pasadas.Recordar, para la protagonista, es la posibilidad de ver lo propio, de verse a sí misma, cuando lo que se mira en realidad es otra cosa: un espejo engañoso en el que no es posible confiar. A su vez, Tombolini cuenta el contexto político del momento y lleva el acento al mundo social, a la recreación de mentalidades y costumbres.
El paisaje salteño, con su clima distintivo, su cosmovisión, es una constante en el libro de cuentos de Carolina Musa (Rosario, 1975), En el cuerpo quién sabe. Leer estos siete relatos es ir al encuentro con lo místico y con lo misterioso, que irrumpe en medio de una atmósfera provinciana; una confluencia de elementos sobrenaturales, conjuras, supersticiones y creencias religiosas que enrarecen las escenas y tienen su efecto en los cuerpos de quienes pueblan y visitan el norte argentino. Musa reconstruye esa topografía en clave fantástica con una prosa que por momento se ralentiza, como si se preparara para dar lugar a la extrañeza: velas que se apagan solas, aparecidos, una misteriosa enfermedad, invocaciones, un muerto que habla.
Maraña es un libro sólido, vertebrado por la búsqueda de los vínculos afectivos esenciales. Los cuentos de Natalia Massei (Rosario, 1979) parten de escenas triviales y captan el resquebrajamiento de una relación de pareja (producto de capas acumuladas de soledad, de incomprensión y silencios), los gestos de una hermana que ocupa el rol materno, el sentir de un padre testigo —lateralmente— de la vida amorosa de su hija. Lo suyo es la construcción de personajes; son ellos el verdadero motor de las historias. Personajes en continuo movimiento, liados tanto en una confusión de mapas y calles como en sus enredos personales, y retratados en una sucesión de chispazos o flashes donde coexisten el amor, el tedio, la humillación, la indiferencia. Una carga de ambigüedad enriquece las escenas: hay en cada cuento un entramado complejo a descubrir detrás de situaciones cotidianas o de ciertos detalles que se tornan reveladores al acercar el foco.
Sin ceder a metáforas evidentes ni a los golpes bajos, Laura Rossi (San Miguel, Buenos Aires, 1980) construye con su novela una alegoría de la dictadura militar y de sus secuelas. Múltiples narradores, alteraciones temporales y un lenguaje a la vez sucinto y poético dan forma a Llegaría el silencio. La historia, que transcurre en Olivares, presenta a esa población de la pampa, invisible en los mapas, como un microcosmos, como metonimia del país, y ofrece de esta manera una versión condensada y completa de la sociedad. Rossi dibuja un ambiente opaco, de opresión, un espacio claustrofóbico con protagonistas a los que una y otra vez se les ordena callar y que llevan "una vida subterránea colmada de desviaciones y de secretos inconfesables que esconden como agujas en un pajar".
Zona compartida
Hay una zona que insiste en los libros, y es el cuerpo. El lugar en el que se expresa una condición de anhelo persistente, una inconformidad. La enfermedad, el dolor físico, el cansancio que se siente en los huesos, son el común denominador de las historias. El cuerpo, también, como la única realidad palpable a través de la cual se accede a los puntos ciegos en el pensamiento de los personajes y a lo incomprensible del espacio en que se mueven.
Se repite, asimismo, una forma de percepción —fina, intimista—, una sensibilidad acentuada. "Las historias están todas contadas, la diferencia reside en los colores, las texturas, la luz y la sombra, los puntos y las comas, la cadencia, el maquillaje", dice Natalia Massei en uno de los cuentos de Maraña. Algo de esos colores y de esas texturas particulares, que son un modo de prestar atención al mundo y de mostrarlo, es lo que se reconoce en las narraciones.
Pensar en estas correspondencias no implica que la escritura misma, en su estructura, responda a una clave femenina. Mucho más fructífero resulta, en cambio, pensar a las obras por fuera de esos límites, como el producto de la dinámica tensional entre el tiempo, el lugar y el enclave social desde los que se escribe. Son esas las fronteras de pertenencia de los textos.
Desentrañar la complejidad del rótulo de escritura de mujeres, arrancarlo de las rigideces y contextualizarlo es una tarea todavía pendiente. Los talleres, los festivales y ciclos de lectura, las ferias, las revistas, plataformas digitales, redes sociales y editoriales que se ocupan de la circulación y la socialización de la literatura de la ciudad, encuentran en esa red de prácticas y núcleos de trabajo menos rasgos comunes entre los textos que afinidades entre las autoras. Los volúmenes editados por Baltasara y Río Ancho permiten visibilizar parte de lo que están produciendo las escritoras de Rosario, repensar las coordenadas que lo demarcan y apostar, a su vez, por algún tipo de continuidad.

http://www.lacapital.com.ar/senales/Un-libro-propio-la-voz-de-las-mujeres-en-la-narrativa-de-Rosario--20140706-0055.html

Suplemento Señales 09/02/2014: Una agenda para lectores rosarinos

Por Osvaldo Aguirre
 
Si el 2013 dejó muchos libros publicados en Rosario, el año que comienza parece  muy prometedor. Las biografías de Roberto Fontanarrosa y de Aldo Pedro Poy, poemas de Elvio E. Gandolfo, cuentos de
Carolina Musa y Natalia Massei, crónicas cinematográficas de Fernando Chao, ensayos de Adolfo Prieto, Juan Ritvo, Guillermo Fantoni, Darío Barriera y Pablo Montini, guiones cinematográficos de Julia Solomonoff y Gustavo Postiglione, libros de Daniel García y Virginia Negri entre los artistas, se cuentan entre las novedades que preparan las editoriales locales. Además, entre las reediciones, se anuncian para este año los relanzamientos de Alborada del canto, el primer libro de poemas de Beatriz Vallejos (Ediciones Ivan Rosado), La Barcelona argentina, del historiador Ricardo Falcón (Laborde Editor), y No juegues con gitanas, cuentos de Rafael Oscar Ielpi (Homo Sapiens).
La mayoría de los libros en preparación son de literatura, aunque también se destacan textos de historia y de educación (ver aparte) y la presentación de un nuevo sellos: Colectora, dedicado al psicoanálisis. Parte del catálogo La Editorial Municipal de Rosario ofrece el plan más ambicioso para el 2014. Este año aparecerán tres libros premiados en la última edición del concurso de poesía Felipe Aldana   —Ambulancia improvisada, de Julia Enriquez; Folk, de Bernardo Orge, y Mágico Hermoso Profundo, de Manuela Suárez— y diez nuevos títulos de la colección infantil de cuento. También por la EMR  aparecerán las crónicas de Fernando Chao; Conocimiento de la Argentina, estudios literarios reunidos de Adolfo Prieto, con prólogo de Nora Avaro; Anarquistas, curas, prostitutas y burgueses. Imágenes de Rosario de 1850 a 1955, de Pablo Montini, Alicia Megías, Agustina Prieto, María Pía Martin y María Luisa Múgica y El libro de Empalme Graneros, con testimonios de vecinos y textos de historiadores.
Además se anuncia Las hamacas de Firmat, el primer libro de Ivana Romero, entre los nuevos títulos de la Colección Naranja, la novela gráfica Johnny Jungle, de Jean- Christophe Deveney y Jerome Jouvray, y un libro de fotografías, Árboles de Rosario. Homo Sapiens prepara las biografías de Aldo Pedro Poy, a cargo de José Luis Cantoni, y de Roberto Fontanarrosa, por Horacio Vargas; en la colección de narrativa Ciudad y orilla aparecerán Estudio de las viejas revistas, de Lilian Neuman, rosarina radicada en España, y la reedición del libro de Ielpi. También saldrá Los que vinieron. Historias de familia que no
se contaron, novela de Marga Santolín. En el ámbito de los libros para niños y jóvenes, Homo Sapiens publicará entre otros títulos Lejos de casa. Cuentos con serpientes, demonios y gigantes, de Jorge Accame y Elena Bossi, con ilustraciones de María Jesús Alvarez y Un cuento sobre andar en bicicleta en la ciudad, de María Cristina Alustiza, que incluirá el plano de las bicisendas de Rosario. Baltasara Editora comenzó el 2014 con el lanzamiento del primer libro de su colección de poesía: Lo gris en el canto de las hojas (Poemas) de Beatriz Vignoli.
En narrativa aparecerán este mes la novela corta Llueve sobre los rieles de Alejandro Hugolini y el libro de cuentos En el cuerpo quién sabe, de Carolina Musa. En marzo aparecerán Maraña, cuentos de Natalia Massei y la novela Aunque ella nunca se entere, de Silvia Tombolini. Además, Baltasara inaugurará este año dos nuevas colecciones, dedicadas a libros de testimonio y de ensayo. El Club Editorial Río Paraná inaugura este mes una nueva sede, en la galería de Catamarca 1427 (en el mismo lugar funcionará el espacio Paisaje). Los títulos para el primer semestre son la reedición del primer libro de Beatriz Vallejos, con ilustraciones de Leónidas Gambartes; Un gato que camina solo, texto y dibujos de Daniel García, y tres libros de poemas: El camino de la liebre, de Cristhian Monti; El año de Stevenson, de Elvio Gandolfo y Moluscos, de Rosina Lozeco, el último en la Colección Brillo. En Beatriz Viterbo se anuncian entre otros títulos Berni, ensayo de Guillermo Fantoni; Los mundos de María Teresa Gramuglio. 12 ensayos sobre la obra crítica y una entrevista, compilación de Judith Podlubne y Martín Prieto; Justo entonces, relatos de Cristina Iglesia y En cuanto a las bestias, de Noelle Revaz, traducción de Adriana Astutti. Además, en octubre se lanzará la colección Guiones de cine argentino, dirigida por Cecilia del Valle y Hernán Ruiz.
Los títulos iniciales reunirán guiones de las primeras películas de Martín Rejman, Julia Solomonoff, Gustavo Postiglione y Rodrigo Grande. Nuevos formatos Editorial Serapis prepara por su parte las ediciones de Los árboles junto al Río de la Plata, de Paul Zech, en edición bilingüe con ilustraciones fotográficas de cada uno de los árboles y traducción de Héctor A. Piccoli; Primavera indiana de Sigüenza y Góngora, edición y notas de Tadeo Stein; De esta ceniza, bajo este sol, de Pablo Serr y Poesía política, del uruguayo Saúl Ibargoyen. Río Ancho tiene previsto el lanzamiento de tres libros que obtuvieron premios y menciones en su primer concurso de narrativa, dentro de la colección Contracorriente. En abril, aparecerá la novela que ganó el primer premio, Hilachas, de Laura Rossi; en agosto, el libro de cuentos que obtuvo la primera mención, Desnudo pateando una moto, de Matías Magliano, y en noviembre la novela que obtuvo la primera mención, Retrato de M.,  de Graciela Ballestero. “Además, buscando abrir la oferta, inauguraremos una colección académica en la que se publicarán las tesis doctorales de Mauricio Manchado y Cecilia Revigio”, anuncian los editores. Yo soy Gilda iniciará su año editorial con la presentación de Anuario, Registros de acciones artísticas 2013.
“Este libro renueva su formato, incluye una amplia diversidad de voces, suma material gráfico y se amplía a búsquedas de autores”, dicen los editores. El plan para el primer semestre incluye César Benetti. Obras de los años cincuenta, de Federico Ricci, ensayo sobre la producción del arquitecto César Benetti Aprosio en Rosario durante los años cincuenta; Enamorada del muro, de Virginia Negri, antología que reúne un cuerpo de trabajo que esta artista construye desde hace algunos años a partir de mensajes de texto almacenados en la memoria de su celular; T.R.I.P.A., de Maxi Masuelli, registro de paisajes argentinos que reúne más de un centenar de obras de artistas de todo el país y Apolinar Moldes y su colección de arte argentino, de Pablo Montini, sobre una de las colecciones más importantes del país por su extensión y calidad, conformada por Apolinar Moldes durante sus años de trabajo como mayordomo del Museo Juan B. Castagnino.
Erizo iniciará tres colecciones: una de ensayos, con El peatón inmóvil, del mexicano Luigi Amara; de poesía, con El astronauta que se posó en el parque de Gualeguay, de Alfredo Veiravé; poemas no publicados en libros e inéditos, con introducción y notas de Claudia Rosa, y de libros encuadernados a mano y con tapas duras, con Los teleféricos, de Francisco Sanguinetti. Además, en narrativa, Erizo reeditará La salud de W.R., de Carlos Ríos, y publicará el segundo libro de poemas de Carolina Musa. El Ombú bonsai planea relanzar en ebook su catálogo, al tiempo que publicará al menos dos nuevos títulos en la colección de narrativa Raíces aéreas; Danke publicará El libro de cuentos de Corazón, novela de Agustín González; Soquete terrorista anuncia poesía inédita de Adrián Abonizio. No sólo habrá libros en papel . Fiesta e-diciones prepara otros títulos para su serie de ebooks: Bizzio y Chejfec después de Babel, ensayo de Mariana Catalin; Soy Fiestera. Obra poética reunida, de Mercedes Gómez de la Cruz y Pura cumbia, relatos de Washington Cucurto. Para pasarse el año leyendo.
Un nuevo espacio
“Este año Yo soy Gilda editora aumenta su forma y se une con Anuario, generando un nuevo lugar que se llama Paisaje, ubicado en la galería Dominicis, en calle Catamarca 1427 —dice Lila Siegrist, editora del sello—. Pensamos alterar el procedimiento editorial generando publicaciones y exposiciones en canon o al unísono, así como tendremos días fijos de encuentros para discutir proyectos. Exposiciones que se leen, libros que se caminan, poemas que se cantan, obras que se conversan; artistas, escritores, amigos, vecinos y foráneos. Largamos el 21 de febrero con una exposición llamada Nocturnos, con obra de Daniel García, Virginia Negri, Ariel Costa, Luján Castellani y Orlando Ruffinengo”.

Entrevista en ceroveinticinco


Natalia Massei es escritora y profesora de idioma francés. Alumna del taller literario de Marcelo Scalona, publica en las contratapas de Rosario12, coordina una café literario en lengua francesa y acaba de publicar en “Antología Rosario: Ficciones para una nueva narrativa”, un libro que recopila a jóvenes escritores rosarinos con mayor proyección. Así, abarca distintos universos: el de la narrativa, el idioma. Y atraviesa esos continentes y atmósferas -pequeñas, efímeras, de una latencia poderosa -sin dejar nada por nombrar.
Nombre: Natalia Massei
Edad: 32
Ciudad de origen: Rosario
Profesión/actividad: Escritora; Profesora en francés.

¿Qué leías en tu infancia y adolescencia?
De la infancia, recuerdo los clásicos de la colección Billiken: Oliver Twist, Mujercitas, Moby Dick; y también la colección Elige tu propia aventura, una serie de libros, que aparecieron en los ochenta, en los que el lector, a medida que avanzaba, tenía que elegir entre diferentes posibilidades que determinarían el rumbo de la historia. Más cerca de la adolescencia, recuerdo el deseo y la avidez por la lectura. En mi casa no había biblioteca, ni muchos libros en general, así que para mí la lectura tenía el condimento de lo extraordinario en varios sentidos. Hay un libro que quedó en mi memoria como un símbolo de esa búsqueda: una suerte de manual escolar, que había pertenecido a mi mamá, que reunía textos de la literatura universal de todos los géneros y épocas: Miguel Cervantes, Dante Alighieri, José Hernández, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, etc. No sé qué entendía o qué encontraba en esos textos pero los leí miles de veces. En la adolescencia leía, sobre todo, a los grandes escritores latinoamericanos: Cortázar, Borges, Gabriel Gracía Marquez, Alejandra Pizarnik…

En tus escritos partís, generalmente, de una escena cotidiana, ¿qué características debe tener para que se constituya en relato?
Me resulta difícil explicarlo, de hecho, es una pregunta que me hago. Creo que hay características propias de la escena que, en determinada circunstancia, se encuentran con una percepción atravesada por cuestiones personales, afectivas, un estado de ánimo, a veces cierta incomodidad… Es decir, hay una carga semántica y afectiva en ambas dimensiones: la imagen y la percepción. Si trato de desandar un poco el proceso, podría decir que parto de pequeñas escenas triviales, puede ser un flash, una visión fugaz o una situación que me sugiere una grieta hacia una dimensión más profunda en la que vibran sentidos intensos, trascendentales. A mí me gusta pensar esas escenas como texturas porosas por donde se filtran cosas que no se ven a simple vista, los bordes entre lo banal -que puede pasar desapercibido- y lo extraordinario, el entramado complejo detrás de cada gesto. Sí hay algo que se me aparece siempre en esas percepciones: cierta ambigüedad o versatilidad de una escena. Se trata de momentos cotidianos que pueden albergar el germen de otra cosa: la ternura, lo siniestro, lo épico… Y luego hay un modo de mostrar, acercando el foco hasta la saturación de un detalle que se torna revelador en el sentido que mencionaba antes.

Coordinás un Café literario en francés desde 2008. ¿Cómo es escribir y hablar en diferentes idiomas?
Creo que cuando se incorpora como algo cotidiano, es un poco como desdoblarse y pensar con la cabeza propia pero en una sintonía diferente. El pasaje de un idioma al otro implica un cambio de estructura, más allá de las similitudes que pueda haber en cada lengua. Uno usa otras palabras, otros modos de decir, habla con un tono de voz diferente en función de la modulación, experimenta otros rituales comunicativos. También se trata de un ejercicio y un entrenamiento permanente, hay momentos del año en los que por mi trabajo, leo más en francés que en castellano. En esos casos, volver a la lectura en mi idioma es como un recreo, un descanso de ese viaje hacia otra lógica discursiva.

Si tuvieras que elegir un año importante de tu vida (preferiblemente hasta los 25 años) ¿Cuál elegirías y por qué?
Antes de los 25 años, recuerdo con mucha intensidad un período entre 2002 y 2003. Para mí fue un momento en el que confluyeron circunstancias sociales y personales que marcaron el rumbo de los años siguientes. Veníamos del 2001, de un clima de apatía y hastío muy presente en mi generación. Recuerdo una sensación compartida de aplastamiento y de futuro borroso. Después de la crisis, el estallido social, la tragedia, se produjo un quiebre: cierta efervescencia de la calle, las asambleas barriales, la búsqueda de nuevos paradigmas y prácticas de construcción colectiva. En ese contexto, conocí a quien es aún hoy mi compañero y juntos viajamos y vivimos varios meses en Europa llevados por cuestiones de estudio y trabajo diferentes para cada uno, en las que nos acompañamos mutuamente. La experiencia de vivir en otra parte fue un aprendizaje no sólo en relación a otros modos de ser y estar en el mundo, sino también la ocasión de replantear elecciones de vida.

¿Quién es Natalia Massei?
Alguien que busca la simplicidad y no la encuentra...!

Entrevista realizada por Ariel Zappa
http://www.ceroveinticinco.gob.ar/page/especiales/id/28/title/Entrevistas-en-ceroveinticinco.-Hoy%3A-Natalia-Massei.
2012 © Secretaria de Cultura y Educacion Municipalidad de Rosario. Santa Fe. Argentina.