domingo, 25 de mayo de 2014

El ruido de la carcoma [Fragmentos#1]



Camino al costado de la ruta. No hay sol. La panza pesa un poco. Ya está bien formada y se sienten los movimientos desde adentro. La panza delante del cuerpo camina conmigo. No se oye nada salvo el zumbido de los autos que van y vienen. El viento me humedece la cara. Llevo en la mochila mi billetera, mis documentos, un abrigo liviano, un paraguas plegable, pastillas de menta, un anotador y un mapa. Aunque hace calor, me puse zapatillas en lugar de ojotas. Con la humedad, el olor a bosta es más pegajoso y se cuela por los poros. No basta con taparse la nariz. Me gustaría encender un cigarrillo. Camino lento, no hay apuro. A ambos lados de la ruta sólo hay cabañas y complejos turísticos. La mayoría de aspecto rústico pero bastante lujoso. Da la sensación de que es camino a ninguna parte. Puro lugar de paso. Voy a caminar hasta dejar de ver alojamientos para turistas. Lo que deseo es ir hacia delante. Si tuviera que sacar un pasaje de ómnibus, no sabría hacia dónde. Por ahora camino.

Todo empezó con el ruido. Un serrucho repetido y persistente. Lo advertí cuando entré por primera vez a la habitación en la que dormiríamos Marcos y yo. La pieza estaba limpia, la cama sin sábanas y los muebles vacíos. Era sencillo revisar cada rincón. El sonido se hacía más fuerte cerca de una de las mesas de noche. Pensé que podía ser un cortocircuito en los cables del velador. Lo desenchufé pero no cesó. Busqué dentro del placard, en los cajones, debajo de la cama. Hasta que noté los agujeros en la mesa de noche. Entradas bien delineadas que abrían túneles donde la luz de la linterna no accedía. Supe, navegando en Internet, que no podía tratarse de termitas porque éstas no emiten sonidos audibles y dejan en la materia devorada otra clase de marcas. Se trataba de la carcoma. El ruido de los bichos, toda la noche y todo el día carcomiendo, no me deja descansar. Cierro los ojos y escucho el crujido de la madera.

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