Eugenia emerge en mi monitor:
euge90 dice:
pá me comprás un blackberry?
díazmarcelo
dice:
qué?!
euge90 dice:
un tel
díazmarcelo
dice:
sí ya sé
euge90 dice:
sí?
díazmarcelo
dice:
no
euge90 dice:
dijiste sí!
díazmarcelo
dice:
sí sé qué es dije
euge90 dice:
q hacés?
díazmarcelo
dice:
trabajo. vos no tenés que
estudiar??
euge90 dice:
vos no tenés q trabajar?? ;)
díazmarcelo
dice:
para comprarte un blacberri
euge90 dice:
:D
Sobre
el escritorio tengo un dibujo suyo en un portarretratos. Lo hizo cuando tenía
cinco años. Habíamos ido a la plaza. Se cruzó delante de una hamaca y se abrió
la frente. Cinco puntos. Al día siguiente, trazó sobre una hoja de papel una
cara bien redonda, con cachetes colorados y pestañas largas. En la frente, una
raya roja atravesada por cinco rayitas más pequeñas. Encima de la herida dibujó
una curita y la pintó de rosa con flores violetas. Del corte rojo y las suturas
no quedó ninguna marca en el dibujo terminado. En la piel todavía tiene una
línea rosada que sólo es visible si uno mira buscando.
Me
froto los ojos que comienzan a arder. Miro hacia el techo para ganar
perspectiva y distender la vista. Mi cubículo forma parte de un módulo con
múltiples posibilidades de tamaño, forma y composición. Separadores de plástico
encastrados unos a otros como bloques infantiles forman el box. La pared frente
a mi escritorio es interrumpida abruptamente por un tabique perpendicular que
delimita el espacio de los estantes para documentos de circulación diaria. Un
tabique sin terminación en su borde exterior: quedan al descubierto los huecos
destinados al posible encastre con otra pieza. Agujeros negros donde no cala la
luz de los tubos fluorescentes. Un punto de fuga en el que se me pierde la
mirada de a ratos. Un refugio de infinita oscuridad.
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