Romina compara. Trata de calcular si ve más gente en el shopping los fines de semana o en la cola para cobrar el subsidio. No sabe. La composición es diferente. Acá los tenés a todos juntos en fila como un camino de hormigas, cada uno con su carga. Allá la gente anda en grupitos o de a uno. Acá escuchás algunos que se quejan, gente que conversa, los que pasan vendiendo. Allá no escuchás nada, un zumbido permanente mezclado con música de fondo.
Cuando por fin cobraron, cruzan al bar de enfrente. Piden dos promos pero la moza les explica que las promociones se sirven hasta las once. Después de esa hora el desayuno cuesta el doble. Caminan una cuadra y prueban en otro café. Varias mesas ya están preparadas para el almuerzo. Antes de entrar Tatín pregunta por la máquina de hacer espuma. Romina lo mira con ternura.
–Quedate tranquilo, la tienen en todos lados. –Cara de entusiasmo y de cansancio.
Se acercan a la barra y ella consulta si todavía sirven promos.
El encargado levanta la cabeza del diario y apunta su bigote grasiento y tupido hacia la cara de la chica. Hace una pausa mientras la mira de arriba abajo, antes de contestarle:
–No, mamita, pero para vos podemos hacer una excepción.